Lleva muchas décadas entre nosotros. El concepto de inteligencia artificial (IA) dejó de ser una moda para convertirse en algo más. Su vaporosidad ha pasado a ser sólida, gracias a su exponencial evolución durante las últimas décadas. Por eso, cuando oímos y leemos sobre la inteligencia artificial nada nos extraña ahora. Pero, ¿sabemos realmente su significado? ¿Hasta dónde hemos avanzado en este campo? ¿Qué lugar ocupa la ética en todo esto? ¿Es peligroso?
El ser humano siempre ha tratado de realizar por sí mismo lo que la naturaleza según su antojo y a capricho. Un ejemplo del ellos sería la inteligencia. Conocemos muchos significados para esta palabra. «Capacidad de entender o comprender y resolver problemas», dice la RAE. O «facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad», afirma el diccionario de Google. «Capacidad de pensar, entender, razonar, asimilar, elaborar información y emplear el uso de la lógica», asegura Wikipedia. Todos queremos ser y hacer cosas mejores. Así funciona el progreso. De ahí que nuestra curiosidad por diseñar máquinas que nos ayuden a mejorar, es vital para nuestra evolución.
Entre estas mismas fuentes, la RAE explica que la inteligencia artificial o computacional es la «disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico». Pero sin duda, hay dos objetivos principales de la inteligencia artificial: la búsqueda de la capacidad de aprendizaje y la habilidad para adaptarse a situaciones cambiantes. Con estos dos conceptos, maximizaremos nuestras posibilidades de éxito. Así pues, nuestra inteligencia la empleamos para hacer que otros ‘dispositivos’ piensen por nosotros. Nos deshumanizamos al mismo tiempo que creamos máquinas con mayores habilidades humanas. Paradójico pero real.
Coches autónomos, robótica doméstica e industrial, sistemas de vigilancia, alerta, rescate y aprendizaje, procesamiento de lenguaje naturales, herramientas de gestión automatizada que funcionan con técnicas de planificación basadas en la IA, robots que expresen las emociones más humanas, sistemas que predicen el futuro, etc. Aquí sólo algunos ejemplos de inteligencia artificial. Todos los sectores de actividad se suben al de la IA, en el que hay espacio para todas las empresas que decidan tener éxito.
La doble cara de la inteligencia artificial
Desde que en 1956, John McCarthy acuñara la expresión «inteligencia artificial», a la definió como: «…la ciencia e ingenio de hacer máquinas inteligentes, especialmente programas de cómputo inteligentes».
Las respuestas negativas a la IA han ido en paralelo al avance de esta disciplina científica. Hay quien piensa que la inteligencia artificial podría ponerse en contra de la humanidad. Al fin y al cabo, las máquinas carecen de ética por lo que no saben discernir entre el bien y el mal. No hace mucho, el empresario, inventor y creador de PayPal, Elon Musk afirmó que el desarrollo de la inteligencia artificial será peligroso en cinco años. En una conferencia en el MIT hasta aseguró que con la inteligencia artificial estamos «summoning the demon», invocando al diablo. Un comentario que derivó a multitud de críticas tanto positivas como negativas. Y es que, son muchos los que aseguran que la IA podría acabar por tomar el mundo. Además, el popular físico Stephen Hawking, piensa que su triunfo puede significar «el fin de la especie humana». Bill Gates ha afirmado que la gente debería ser consciente de los riesgos que entraña.
Escrito y leído así tal cual, suena a lo peor. Pero, ¿de verdad tenemos razones para temer que una máquina llegue algún día a pensar como nosotros? Lo cierto es que, la respuesta no la tendremos de aquí a 10, 20, ni 50 años. La evolución tecnológica avanza de una manera exponencial, pero no como para destruir la raza humana. Todo sería elucubraciones que alimentan nuestras ganas por saber y predecir el futuro.