Un proyecto es un conjunto de actividades o acciones, planificadas o no, pero con un mismo propósito: alcanzar un objetivo en común, como el de crear un producto o dar un servicio. Y todo ello, con una fecha de principio y final —una condición que debe ser indispensable en cada proyecto. ¿Os imagináis todo lo que puede dar de sí esta definición? A echarle creatividad… Desde la visita al pueblo de nuestra abuela hasta la operación financiera más complicada de los tiempos, mientras recorremos Europa por 2.045 euros y en 22 días.
Tanto en el viaje al pueblo como en la operación financiera puntual y en el tour europeo, intervienen una serie de recursos que no siempre son los mismos. Este año utilizarás en tu visita un coche determinado, pero la próxima vez que vayas a saludar a tu pariente, es probable que viajes en otro vehículo o no. Con esto, tratamos de decir que en cada proyecto intervienen muchos factores y recursos diferentes. Si usáramos siempre los mismos, estaríamos hablando de procesos.
Pues bien, hablamos de proyectos ‘absurdos’, un adjetivo calificativo que en la mayoría de las ocasiones lo utilizamos cuando el proyecto en sí ha fracasado. Y es que cuando se inicia un proyecto, lo hacemos con toda la ilusión, ganas y empuje que necesita la chispa de su motor funcione. Creemos en su éxito.
«Un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa.»—Mark Twain, escritor, orador y humorista.
Lamentablemente, puede suceder que a poco a poco vaya perdiendo la fuerza y viabilidad inicial. La manera de gestionarlo es otro cantar, aunque idea y gestión anden siempre de la mano. Las razones por las que toda esa energía se transforma, vienen provocadas por muchas circunstancias, entre las que destacan una mala gestión. Te descubrimos seis situaciones en las que tus recursos se pueden convertir en tu mayor enemigo.
Existen también proyectos de vida cuyo producto es tan abstracto —que no absurdo—, que hasta los iniciamos sin saber muy bien el resultado que obtendremos. Este caso, desde luego, la metodología a seguir no puede ser más ágil. Continuamente realizamos cambios, modificaciones y giros en nuestros actos. Más bien, directamente no seguimos una planificación marcada. ¿Eso puede llegar a buen puerto? Un ejemplo de proyecto sin un objetivo claro, podría ser este artículo. Lo empezamos a escribir sin un título.
De hecho, la elaboración de muchas planificaciones comienza desde el final de éstas. ¿Esto es absurdo? Si tenemos una fecha de fin, como uno de nuestras prioridades supremas, todo lo demás tiene que venir después. Por tanto, el proceso de ejecución de estas planificaciones sería el siguiente.
Primer paso: ¿Cuándo tengo que terminar mi proyecto?
Segundo paso: ¿Con qué actividad damos por cerrado el proyecto?
Tercer paso: ¿Qué necesito para iniciar la actividad que damos por cerrado el proyecto?
Cuarto paso: ¿Cómo consigo lo que necesito para iniciar la actividad que damos por cerrado el proyecto?
Quinto paso: De acuerdo. Necesitamos esta otra actividad previa para iniciar la actividad que damos por cerrado el proyecto.
Sexto paso: ¿Qué necesito para iniciar la actividad previa a iniciar la actividad que damos por cerrado el proyecto?
Pasos siguientes: Una serie de componentes que van llegando por sí solos, como si estuviéramos deshaciendo un inmenso ovillo de lana.
Proyectos absurdos o no, lo cierto es que juzgar siempre ha sido de valientes. Lo más importante es realizar un buen análisis de riesgos y posibles imprevistos —si es que tenemos la suerte de conocerlos en el caso de los proyectos de vida; un completo listado de recursos disponibles y una planificación realista para no terminar lamentado: ¡Qué absurdo era nuestro proyecto! Después: trabajo, trabajo y más trabajo. En este caso, como indicó en su día Vidal Sasson, reconocido peluquero y empresario inglés,… «el único lugar en el que éxito viene antes que trabajo es en el diccionario».